29 Dic A la sexta va la vencida
28 de Diciembre de 2021
Menos mal que fui.
El único décimo que había jugado este año lo había comprado el día antes, en otro intento más de recuperar un poco de lo que para mí fue alguna vez Navidad, y salí al centro, porque además quería que fuera en Santa Clara, para dar una vuelta por los puestos de la plaza y comprar un par de pastillas de turrón artesano, y era tan tarde que el lotero ya estaba quitando hasta el cartel de últimos números que tenía pegado en la ventanilla y me dio un pálpito, porque cada año hay quien cuenta la misma historia, me iba a casa y cogí el último y ya ves, era el destino, y le dije espere, espereeee que me llevo el que queda, y lo guardé con toda mi fe, visualizando que al día siguiente volvería con una botella de cava, como dicen que hay que hacer, y enfilé la calle Mayor recordando cuánto me gustaba ese día, porque la Navidad empezaba con el sol entrando por los balcones abiertos de par en par y un pie asomando entre las mantas para calcular el frío, porque hacía mucho, más que ahora, pero era limpio y transparente, y olía a la panadería de enfrente y sabía a chocolate y sonaba a las mujeres que barrían la calle en bata, dando los buenos días al afilador. El belén ya estaba puesto desde el 20, con musgo fresco recién cogido de los lados más sombríos del río (la tarea de mi padre) y los gallardets y las bolas brillantes sobre la mesa, con ramas, hojas secas y piñas, para decorar el aparador (la tarea de mi madre), y la chimenea vacía, preparada para barrerla y apilar la leña, abajo un tronco grueso, encima las ramas, mucha pinacha, todo bien seco (mi tarea), antes de desayunar con el recelo de bajar a la calle, coger la bici y perderme por el pueblo hasta la hora de comer, y ahora, por más que lo intento, no oigo cantar en euros, sigo oyendo «….mil…. peseeeeeetaaaaaassssss», y bajando por la avenida me rendí a la evidencia de que tanta nostalgia en estas fechas significa que ya, sin ninguna duda, me estoy haciendo muy pero que muy mayor.
Menos mal que fui, porque no me tocó, pero al menos terminó en 8, y empeñada en estar contenta, celebré la vuelta de esos veinte euros que se esfumaron alegremente la tarde del 23, con algún dulce más por si acaso a última hora sí que nos juntamos y media docena de churros, con mucho azúcar, sí, porque la última semana del año me da todo igual, pero hasta esta tradición se va derritiendo, porque por no hacer, ya no hace ni frío en Navidad.
Menos mal que fui a ver las luces de la catedral, y el belén del Ayuntamiento, y el árbol de la Puerta del Sol, y subí hasta el Ribalta y bajé por Alloza y me resistí a reconocer la conclusión de que la ciudad me pareció tristona, como si las luces no acabaran de brillar tanto como otros años, y como si la poca gente que caminaba también sin rumbo intentara, como yo, hacer el esfuerzo de entusiasmarse un poco.
Menos mal que salí esa tarde, porque fue la última hasta que hoy, Día de los Inocentes, un test (encontrado y enviado como si fuera un tesoro arqueológico) me ha gastado una broma de muy mal gusto, para acabar el año por todo lo alto.
Ómicron, has ganado. A la sexta va la vencida.
¿Me cuentas tú?