Un rato con las amigas

Un rato con las amigas

8 de Agosto de 2020

¿Estarás esta tarde? Tengo libre y es por subir a tu refugio a merendar.

Ayer por la mañana, mi amiga A. me puso este Whatsapp. Es corto, simple y directo, y muestra las ganas de vernos después de estos meses de distancia obligada, sólo desobedecida por las divertidas videollamadas en grupo.

Sin embargo, para mí hay algo más.

Cada vez que una amiga tiene la libertad de autoinvitarse, me está devolviendo esa misma libertad que yo he procurado darle para que pueda hacerlo. Cada vez que abre la nevera para coger otra cerveza o se trae la toalla para tumbarse al sol, me está demostrando que no es una visita con la que hay que quedar bien, eso tan tenso que se hace cuando no hay confianza: el mayor regalo que pueden hacerte, después de que lo hayas dado tú.

Ayer no tenía tiempo de preparar nada y me dio lo mismo, y a ella también, como a cualquiera de las demás, porque la confianza consiste en que, precisamente, eso sea lo que menos importe. Entre café y café, y unas onzas de chocolate negro, pensaba en que estos ratos son demasiado pocos, y eso entra en el precio tan alto que pagamos las chicas de ahora en este intento agotador de sobrevivir en un mundo masculino con códigos establecidos por y para hombres.

Nuestras madres y abuelas -y así hasta el principio- nacían, crecían y morían rodeadas de mujeres en un universo al que ellos ni siquiera se asomaban, y esto tiene todos los inconvenientes con los que venimos peleando, pero también tenía algo que no estamos conociendo de aquella manera tan profunda como ellas, que es el tiempo entre mujeres: la ayuda, la compañía, los consejos, las confesiones, la distensión, las risas, las lágrimas, los cuidados, la protección. Lo cotidiano. Las madres, las tías, las abuelas, las vecinas.

Ahora que los compartimentos ya no son estancos y algunos hombres se están asomando a nuestro mundo, tiramos de ellos para que nos reconozcan y nos valoren, pero es que encima, nos hemos empeñado en que nos entiendan. Y quizá es pedir demasiado.

Cada Marzo, además de lo evidente, yo veo algo que tardé en identificar, hasta que me di cuenta de que era esa alegría primitiva, que sale de adentro, esa euforia por estar rodeada de iguales, que sabes que te entienden sin que expliques nada, porque les pasa lo mismo que a ti.

La nostalgia de la tribu.

Cada vez que quedamos, lo primero que surge es el alivio, como cuando te quitas los tacones o te desabrochas el sujetador nada más entrar en casa: las amigas son ese espacio privado en el que te permites ser la que eres, sin la obligación de aparentar nada. Nos vemos muy poco, pero la conversación sale fácil y fluye enseguida, como una continuación natural de la última convocatoria, y durante un rato que siempre se hace corto hablamos de jefes, de embarazos o menopausia, de regla, de maridos y trabajo, de dolores del cuerpo y del alma, de líos de familia, de hipotecas o de esos viajes juntas otra vez, que siempre quedan pendientes porque ahora todo es más prioritario que nosotras, por esa culpa ancestral que también se hereda. Y nos despedimos descargadas, pensando que un rato con las amigas ha sido la mejor terapia, que era lo que, sin haber oído jamás esa palabra, tenían nuestras madres y abuelas, y que es lo que buscan los grupos de mujeres que crecen en las redes, hablando de ciclicidad, femineidad, crianza: volver a juntarse, volver a contar, sentirse abrigadas otra vez.

No estar tan solas.

2 Comments
  • Carlos
    Posted at 16:51h, 13 agosto Responder

    Fantástica descripción de algo tan cotidiano y que nunca se valora lo suficiente.
    Gracias por enseñarlo tan fácilmente.

    • LabalanzadeSiete
      Posted at 17:27h, 13 agosto Responder

      Hola, Carlos, tienes razón…conforme pasan los años nos damos más cuenta. Gracias por comentar!

Escribe un comentario