Biodanza. La alegría de vivir

Biodanza. La alegría de vivir

10 de Julio de 2022

Me paro en el borde de la carpa, mirándolos de reojo, y disimulo rebuscando un poco de ánimo en la mochila para hacer tiempo mientras me mentalizo. Una cosa son los movimientos lentos y elegantes de las asanas y otra, saltar y gritar y bailar, pero no como en un concierto, donde todos miramos en la misma dirección. Supongo que las clases de expresión corporal en el teatro deben ser algo así; abrir la cremallera oxidada del disfraz que te pones cada día y dejarte llevar, liberando a quien hay por ahí adentro en realidad.

La música suena de repente, atronando la carpa, y es tan alegre que todo el mundo empieza a sonreír. Yo también. Quiero probar. Lo que voy a hacer me cuesta, pero precisamente por eso quiero lanzarme y experimentar. No pienso más y me lanzo a la maraña de cuerpos que ya están brincando. Soy una más: nadie mira, y desde luego nadie juzga, al contrario; las sonrisas son invitadoras y los gestos, de bienvenida. Da igual cómo es cada uno, aquí se celebra de verdad, sin teorías ni postureos, la autenticidad de cada cuerpo, la aceptación de cada forma de ser.

¡Vamos a subir esa autoestima! grita de repente el chico del micro, todo el mundo a los lados y vamos a pasar por el centro cogidos de la mano de alguien, da igual, el que te quede más cerca, y vamos a gritar lo bueno que está, lo bien que se mueve, venga, quiero quedarme sordo de los gritos, todos a silbar y a chillar y a aplaudir, y la maraña se abre dejando enmedio una pasarela, y trago saliva porque esto sí que no me lo esperaba, pero me quedo, y noto que alguien me coge la mano y respiro, venga, esto va rápido, no pienses, por dios DÉJATE LLEVAR un poco, aunque sea un momento, este momento, AHORA.

Preguntes que van i venen. I tenen resposta.

Al terminar, me acerco a la playa, mientras vuelvo poco a poco a mi estado natural de introversión. Necesito procesar lo que he vivido esta tarde y repaso las frases que he ido apuntando , rápidamente, mientras saltaba. Expandir y desarrollar el amor que somos… no el que tenemos, ha dicho el que somos.… Que somos una unidad, y desde esa unión, nos abrimos a los otros… Que el ser humano necesita afecto, caricias, sentir que pertenece. Ah, la tribu, sale otra vez…. siempre sale, persiguiéndome como un recordatorio tenaz de esa pertenencia que no tengo. La necesidad de permitirse recibir, además de dar. Las preguntas llegan una tras otra, como las olas hasta mis pies. ¿Hasta qué punto me permito recibir? ¿Cuál es el coste de tanta autoexigencia? ¿Qué es lo que doy? ¿Cuánto, a quién y por qué? ¿Me doy lo mismo a mí? Me sé las respuestas. La guía se ha parado, en medio del grupo, recordando la cantidad de señales que traspasan idiomas y costumbres. El gesto de silencio, de asentimiento, de ok. Pero de todos, hay uno, el más universal de todos., uno que se entiende en cualquier parte del mundo, dice. ¿Alguien adivina cuál es? Recogiéndose los antebrazos, mece. Ay, el signo de cuidar. De sostener, de acunar. A esos niños frágiles que, muy en el fondo, siguen habitando dentro de cada uno de nosotros.

Mientras vuelvo a casa, pedaleando sin prisa, pienso en lo último que había apuntado, señalado con una flecha especial. El gozo de vivir. La alegría de, simplemente, estar vivo.

L’últim regal d’aquest dia, tornant a casa
¿Me cuentas tú?

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