01 Nov Avui toca
1 de Noviembre de 2022. Día de Todos los Santos

Avui toca, me dice, y no puede seguir, y yo tampoco. Nuestras madres eran amigas de la infancia, amigas de las de antes. La suya aún está, frágil y desmemoriada, pero está. A todos mis amigos les queda, al menos, uno de los dos. Yo he sido la primera en inaugurar esta sensación nueva, que no se parece a ninguna otra soledad, y que empieza a escocerme en cuanto el coche enfila la carretera que tan bien conoce.
Hoy está lleno de señoras con su traje de mudar y el broche en la solapa, y el cardado recién repasado en la peluquería. Pasean del brazo de sus maridos trajeados, relajadamente, como cuando salen de misa en la plaza Mayor. Hablan bajito, eso sí, mira, la nora de Vicente, pobra, ben jove que era, i ací, el fill de Pasqual, anem cap allà, a veure el sogre de Rosa… Hay dos equipos claramente; los que hablan desde aquí sobre los que ya están allá. Una de ellas pasa justo a mi lado y nombra a mi padre y doy un respingo; en mi cabeza, están tan vivos que me produce extrañeza que alguien les nombre así, con esa melancolía condescendiente con que se habla de lo que ya no existe. No me conocen, creo que ni siquiera me ven. No deducen que la que está ahí, parada frente a ese nicho odioso, es su hija. Me limpio las lágrimas porque no quiero que nadie me pregunte nada y me hundo en la chaqueta, aunque estemos batiendo récords de calor. Siempre tengo frío en el cementerio.
Avui toca y recuerdo cuando era pequeña y veníamos unos días antes para evitar, precisamente, este día señalado y los paseos, las comparaciones sobre quién ha dejado la lápida más bonita, los cotilleos sobre quién se ha debido gastar más en flores, o quién no ha venido ni a limpiar. Ellos huían de esas mezquindades pequeñas de los pueblos y venían unos días antes, a las horas del mediodía que garantizaban que no habría nadie, y no lloraban, porque la gente de antes había pasado tanto que ya nada les salía por sus muertos más que un suspiro, hondo y largo, al despedirse, aquí te quedas, madre, adiós, padre, y yo no me atrevía a decir nada cuando mi madre se besaba sus dedos y los apoyaba contra el cristal, ante la mirada grave de mi padre, que le decía hala, venga, y se daban la vuelta sin más, caminando despacio hacia la salida, y yo no entendía, pero me daba cuenta de que en ese gesto había mucho más que reverencia, y al atravesar la verja todos respirábamos de alivio, y el sol, que era el mismo de adentro, empezaba a calentar.

Cada vez que voy al cementerio tengo que pasar después por la playa. Su playa. El mar, como siempre, recoge mi tristeza y se la lleva bien adentro en cada ola que se acerca, hasta que puedo volver a casa.
Creo que el año que viene iré, como ellos, unos días antes.
Mónica
Posted at 20:37h, 10 noviembreCuanta añoranza se siente en tus palabras cada vez que hablas de ellos. Espero que el tiempo diluya poco a poco esa sensación de soledad que te acompaña.
LabalanzadeSiete
Posted at 11:41h, 11 noviembreNo creo, Mónica, porque ésa es sólo una de tantas. Me acompañan otras. Lo que sí estoy aprendiendo a hacer es incorporarlas; llevarlas dentro, pero de una manera que me dejen, a la vez, disfrutar de la vida. Gracias, siempre, por comentar.