26 Abr Letras y rosas
26 de Abril de 2020. Cuarenta y cuatro días de cuarentena
Esta semana ha tenido dos días tan importantes como bonitos. El miércoles fue el Día de la Tierra, que está demostrando tranquilamente que no le hacemos ninguna falta. De todos los vídeos que siguen circulando sobre este confinamiento, mis favoritos sin duda están siendo los de animales, dignos de la mejor película de animación. Estamos acostumbrados a los gatos, soberanos de las ciudades aún con nosotros estorbando, y a los perros, que se han multiplicado, por desgracia, por la cantidad de abandonos que está habiendo este mes -cruzo los dedos para enviarles el karma más amargo a esos mierdas que no se merecieron ser sus dueños-, pero el espectáculo que nos está dando el resto de la tropa no tiene precio: osos en la plaza del pueblo, jabalíes atravesando avenidas, corzos, ciervos, cabras a montones, patos y pavos reales escapados de los parques, zarigüeyas con la camada a cuestas, pumas saltando la valla, linces acampados en el jardín, canguros, monos cotilleando escaparates y hasta rinocerontes. Las aves sobrevuelan las playas por miles y por aquí los delfines están disfrutando de lo lindo. La naturaleza tiene memoria, y está recuperando lo que es suyo; que aprovechen mientras puedan. De todos, las que más necesitaban esta tregua están siendo las abejas, que no dan abasto en esta primavera tan extraordinariamente lluviosa, como si la Pachamama hubiese dicho ya que estamos, aprovecho para un reset total.

El otro Día fue el del Libro sin libros -y sin rosa- y recordé que el año pasado estuve a punto de ir a Barcelona como hacía cada año y a última hora no pude y pensé, no pasa nada, el que viene sin falta, y ya ves. Lo del Carpe Diem debería tatuármelo. Si no has estado nunca en Sant Jordi, por favor, no te lo pierdas. La riada de gente en el Paseo de Gràcia hasta las Ramblas, los stands en cualquier calle, la alegría en el aire, las charlas con los escritores, las librerías vestidas de fiesta…ah, las librerías. Mis mayores pruebas de autocontrol las he pasado estos años entrando a mirar sabiendo que no podría comprar ni lo mismo, ni de la misma manera. Daba igual. Entrar en una librería es entrar en un templo en el que el incienso es el olor del papel, y el mayor ritual ir mirando sin prisa, paseando entre las estanterías, hojeando, añadiendo a la lista todos esos que se vendrán a casa cuando se pueda. Sí, cogen polvo, sí, ocupan mucho espacio, sí, complican cada mudanza, pero, para mí, leer en la pantalla no tiene comparación. He conseguido dejar de imprimir apuntes si no es imprescindible, y descargo títulos de refuerzo para temas puntuales, pero por mucho que reconozco la comodidad, no es lo mismo. No he recuperado los que alguna vez presté, y he descartado muchos que no han ido madurando conmigo, pero los que se quedan son los elegidos, los que me acompañarán adonde vaya, los que están marcados, subrayados, leídos varias, o muchas veces, descubriéndolos de manera distinta en cada una. Libros que pertenecen a cada una de mis etapas y que me hacen sonreír, añorar y sonrojarme. Libros ilustrados, de aventuras, historias y emociones, que te dejan vivir por un rato otras vidas.
Sant Jordi, el año que viene, ¿sí?

¿Me cuentas tú?