Miércoles de ceniza roja

Miércoles de ceniza roja

26 de Febrero de 2020

De verdad que pensaba escribir algo el día que Internet se llenó de corazones y chocolate, pero la inspiración se fue pasando, cada vez más lánguida, resignada a dejar la pantalla en blanco antes de poner cualquier cosa que sonara cursi. Tenía un trabajo que me había tocado hacer el semestre anterior sobre el amor romántico y sus estragos -a mí, que podría hacer una tesis– pero, aunque era tentador rescatarlo, a última hora de la tarde sonaba demasiado aguafiestas, como si el mundo entero se burlara diciéndome, tú despotrica lo que quieras, que yo me estoy arreglando para ir a bailar.

Sin embargo, el timbre sonó y las olí casi antes de abrir la puerta, enormes, rojas y brillantes, con una tarjeta pinzada en un tallo: un ramo de rosas que se acomodaron en el jarrón de las grandes ocasiones, y aquí siguieron muchos días, y las cuidé y las regué como se supone que se ha de hacer con lo que simbolizan, y me duraron tanto que se juntaron con el carnaval, y una cosa llevó a la otra y me dio por pensar si no será necesario, a veces, camuflarse un poco para sobrellevar el amor.

¿Te disfrazas en estas fechas? Yo no, pero porque no tengo ambiente, porque lo que es gustarme, me chifla. A saber qué nos pasa por dentro para despampanarnos en cuanto tenemos la ocasión de ser otros. Siempre he querido ir al de Venecia, tan elegante y misterioso, pero reconozco que me pierde -así, en general, en todo- Cádiz. Mientras, he tenido que aceptar que las rosas empezaran a ponerse mustias, como dicen que se va marchitando también el amor. Yo, que soy terca -me gusta más que ingenua– sigo buscando pruebas que me demuestren la excepción.

Y así, casi sin darme cuenta, y sin escribir lo que hubiera debido, absorbida entre tanto WordPress, el mes ha pasado y las rosas se han ido deshaciendo hasta convertirse en ceniza, pero roja, al menos, no gris, como la que toca hoy.

¿Me cuentas tú?

Escribe un comentario