01 Feb Con un mes de retraso
1 de Febrero de 2022
Justo un mes.
Un mes ha durado la cosa, empezando por la fiebre que me desplomó en el sofá la misma mañana de Navidad que ya queda tan lejos, y siguiendo con aquella niebla que cerró el año y se instaló también en mi cabeza, inaugurando una sucesión de días iguales, pesados y lentos, donde la única pizca de lucidez se fue transformando en dos obsesiones: por favor, por favor no quiero ir al hospital y qué voy a hacer con el examen. Lo del olfato y el gusto ya lo había oído, claro, pero la náusea constante fue una sorpresa, el asco a la comida, la sed sólo de leche fresca, el dolor de huesos, sobre todo de espalda, la incapacidad de leer, la molestia de ver la tele y la fatiga al respirar, como una anciana que se ahoga al poco de empezar a conversar.
Qué mal se está cuando se está mal.
No sé muy bien cómo, pero el examen lo hice, y después sí, nada más apagar el ordenador me rendí al cansancio, ya por fin, sin remordimientos, y dormí con ansia y con alivio y me observé sin prisa por primera vez en mucho tiempo y comprendí lo que de verdad significa prestar atención, fijarse cuidadosamente en algo, tanto, que hasta le di la vuelta al espejito redondo del baño, el que está atornillado a la pared y tiene dos caras, una normal y otra que aumenta los defectos, como la gente, y me miré, encendiendo una vela que me prometía que olería a lluvia y apagando el móvil, y me atendí entera: mi pelo demasiado seco, mis uñas descuidadas, mi piel desanimada, que no hay manera de que se acostumbre a la certeza de que nunca volverá a ser la que fue.
Después de estrenar un guante de crin y hacer una criba de potingues, me sentaba cada mañana en este milagro de terraza esperando al sol, respirando un poco más largo, un poco más hondo, pensando en toda esa gente que, como yo, tampoco habría querido ir al hospital y, sin embargo y sin remedio, allí había acabado, y al salir, no había vuelto a ser la misma de antes.
O no había salido.
He sentido miedo, porque me parece que hay poco tiempo, y siento rabia, por haberlo desperdiciado tanto, y siento apuro, porque el que me queda quiero exprimirlo y disfrutarlo y estirarlo todo lo que pueda, y el primer día que pude respirar hasta el fondo sin toser me entró otra fiebre, la de la euforia, y abrí los ventanales, y desmonté el sofá, aspirándolo como si así succionara hasta el último resto invisible de enfermedad, y lavé las mantas y las fundas de los cojines y las tendí al sol y las olí al recogerlas, como en los anuncios, y cambié la ropa de la cama y le di la vuelta al colchón, y reorganicé todos los armarios y cajones, tirando, moviendo, cambiando, en esa limpieza general de cada Enero que siempre es simbólica y llena de catarsis, pero este año, mucho más, y volví a desenrollar la esterilla y me prometí fuerza, y volví a encender la cocina y celebré placeres.
Para mí el 2022 empieza hoy. Otra vez con la cámara en la mano, vuelvo a la calle.
Y eso es volver a la vida.

¿Me cuentas tú?