Una semana después

Una semana después

27 de Octubre de 2023. Relato de la semana para Creativos en Otoño. Pista: «Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la esperanza infinita». Martin Luther King

Respiró hondo y se hizo otro café. Había perdido la noción del tiempo y le daba lo mismo. Necesitaba ese rato, esas horas a solas, esa primera tarde antes de que llegaran todos los demás, arrasando como buitres aquel refugio de su infancia antes de cerrarlo para siempre.

Paseó sus ojos por la estancia, más despacio que nunca, reteniendo para siempre aquella cocina amada. Necesitaba recrearse, fijarse en cada detalle, oler aquel aroma único que poco a poco se desvanecería. Acarició los azulejos decorados con flores, y el zócalo que los separaba de la pintura, resistente a la lejía y a los años. Miró con ternura la cocina de gas, con su horno debajo, y la tela a cuadritos que colgaba bajo el fregadero de piedra. Los azulejos colocados sobre la campana de obra, la mesa camilla con las gruesas faldas que seguían escondiendo, tercas, un antiguo brasero, por mucho que la familia hace años le hubiera instalado la calefacción.

Oh, abuela, no me lo puedo creer, cómo es posible, susurró otra vez, pero si la semana pasada estaba aquí contigo, llorando como la niña que nunca he dejado de ser, contándote cosas que ahora me parecen tonterías, en vez de acariciarte y abrazarte más, y escucharte a ti, y mirarte, no me di cuenta, abuela, vamos tan rápido, siempre corriendo, que no me fijé, no vi que te estabas haciendo aún más pequeñita, que te levantabas con esfuerzo, que te apoyabas en las sillas para llegar a la alacena, o es que no quería verlo, porque a ti no te iba a pasar nunca, abuelita, tú ibas a estar siempre aquí, siempre esperándome, siempre conmigo…

La alacena. El cajón del que sólo una semana antes su abuela había sacado aquel libro suyo del colegio, azul a rayas, para darle la última lección de su vida. Se acercó despacio y lo abrió, esperando el trallazo. Allí estaba, bajo las servilletas, la prueba de la increíble complicidad que siempre habían tenido, apuntando las frases de los personajes célebres que estudiaba. Fue pasando las páginas y en aquella última, junto a la cita de la científica que le había cambiado la vida, había un papel. No sé quién es este señor, ponía la letra torcida de su abuela, pero esta frase me gustó mucho. Haz caso y recuérdala siempre. Y a mí también.

Guardó el libro en el bolso y se sentó en la mesa camilla. Cuando la luz de la tarde había dejado la cocina en penumbra, todavía le quedaban lágrimas, derramándose por sus mejillas.

¿Me cuentas tú?

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